La pregunta desconcierta y quizá incluso nos parezca absurda, pero es una de las preguntas más pertinentes y necesarias que podemos hacernos. Para responderla, necesitamos hacer una pausa y revisar algunas conductas que, seguramente por descuido, hemos normalizado en nuestra vida diaria. Por ejemplo, en el día a día, ¿realmente decidimos para nosotros mismos y en nuestro beneficio? ¿Nos incluimos conscientemente en nuestras vivencias o más bien actuamos en automático sin siquiera vislumbramos las consecuencias de nuestras decisiones? Ahora que has respondido estas preguntas, te consulto lo siguiente: ¿Crees que siempre te acuerdas de ti y te incluyes como la persona más importante en tu vida, sin que eso signifique subestimar a los demás? Piénsalo, que puedas responder a esto es importante pues, aunque no nos demos cuenta, muchas veces participamos de lo que va sucediendo en nuestro entorno, sin dar realidad a nuestros deseos o aspiraciones, por muy sencillos que parezcan. Y en estos términos, ni hablar de aquellos anhelos que parecieran descabellados o inalcanzables. ¿Crees que te acuerdas de ti cuando atiendes los asuntos de todos los demás y dejas los tuyos para después o para cuando se pueda o “haya” tiempo? Si te pido examinar esto es porque muchas veces no somos nuestra prioridad; relegamos nuestros deseos para lograr el bienestar de los demás. Y, aunque esto pueda sonar muy altruista y positivo, no lo es, pues uno no puede relegarse eternamente. Al final, esta conducta sólo nos dejará un vacío interior y una sensación de sinsentido pues, en lugar de dedicarnos a vivir nuestra propia vida, estaremos viviendo la de los demás. ¿Crees que te acuerdas de ti cuando pospones el cuidado de tu salud por no tener tiempo porque tienes mucho trabajo? El cuerpo siempre nos comunica asuntos del alma que deben ser atendidos y que aparecen en forma de dolores o enfermedades. Mientras no prestemos atención a estas señales, no gozaremos salud física, mental y emocional, ni seremos cada vez más libres. ¿Crees que te acuerdas de ti cuando te limitas para hacer algo que deseas porque no tienes dinero suficiente y esperas que algún día tengas la cantidad requerida, en lugar de que confíes en que algo puedes hacer para obtener lo que tienes en mente? El dinero no puede tener más importancia que tu propio Ser, pues es sólo un medio a tu servicio para conseguir algo más. Si inviertes la importancia y colocas tu valor por debajo del valor del dinero, sólo desmerecerás y mermarás tu capacidad creadora. ¿Crees que te acuerdas de ti cuando dudas de tus capacidades en cualquier terreno pensando que no puedes o que no sabes? Decirse a uno mismo “No sé” o “No puedo” es una manera de rechazar la potencia y la naturaleza de nuestro Ser. No tener todo el conocimiento existente es normal, pero negarse a obtener respuestas como una actitud inicial frente a una situación es como enjaularse a sí mismo, como encarcelar nuestro potencial creador. ¿Crees que te acuerdas de ti cuando ignoras tu intuición y te dejas llevar por tus pensamientos recurrentes de miedo y limitación? En esta época, estamos acostumbrados a funcionar y resolver desde el pensamiento y desde el conocimiento que poseemos. Sin embargo, éstos no siempre nos llevan a la respuesta que necesitamos para afrontar las distintas situaciones que se nos presentan en la vida. Por el contrario, si nos dedicáramos a seguir a nuestra intuición, esa información certera que nace en nosotros de forma espontánea, veríamos que ésta siempre nos mueve a la acción inmediata y adecuada. ¿Crees que te acuerdas de ti cuando te desanimas ante algo inesperado y doloroso? Al desanimarnos ante cualquier circunstancia nos asumimos como víctimas, es decir, como alguien vulnerable e impotente, sin capacidad de actuar. Si en lugar de esto mostramos confianza en que siempre habrá alguna solución si estamos dispuestos a encontrarla, veremos cómo podemos transformar esas situaciones difíciles en oportunidades de crecimiento. Si has llegado hasta aquí, te invito a responder estas preguntas con sinceridad y con una disposición de apertura. Si notas que te has olvidado de ti, estás a tiempo de cambiar, de retomar ese contacto con tu ser verdadero. Estás a tiempo de celebrar la grandiosidad que habita en ti, y de confiar en que eso que deseas no está afuera ni en los demás, sino en tu maravilloso ser interior. Esa naturaleza interna que nos permitirá habitar el presente y vivir la vida que queremos está ahí adentro: a la espera de que la ocupes. Ahora que lo sabes, ¿te acordarás de ti? Escrito por Leticia Medina Lazos Editado por Yesica Sol Cardoso Video producido por Maydelin Sandoval Jordan Música por Alejo Nobili

Las crisis personales, existenciales, nos brindan otra mirada de lo que parece ser nuestra vida, nuestro universo. Digo parece porque, en realidad, no lo es. Sucede que, para la mayoría de personas, lo real es aquello que podemos ver, escuchar, oler, sentir, tocar. Si no lo escuchamos o vemos, no existe. Sin embargo, esto no es cierto porque pueden mirar, pero no “ver”; oír, pero no “escuchar”; también pueden pensar pero, al hacerlo, sólo distorsionan lo que hay. Sentimos que sólo aquello que podemos tocar, existe, pues asociamos lo material con lo comprobable. Nos dejamos engañar por la materia y la mente: asumimos que hasta allí se muestra lo que existe, y no nos atrevemos a ir más allá de esos límites, ni a explorar otras posibilidades. En este sentido, con esta asimilación de la “realidad” reducimos nuestra comprensión, aceptación y uso de lo que Somos, e ignoramos las MARAVILLAS de nuestra naturaleza. Pareciera que sólo a través de situaciones o experiencias extremas, como encontrarnos al borde de la muerte, somos capaces de quitarnos vendas, tapones o máscaras para cuestionar, dudar, vislumbrar o reconocer lo que hay detrás de todo lo evidente. Pero, ¿acaso sólo a través de este tipo de vivencias, podemos recurrir a otros mecanismos fuera de nuestros pensamientos? ¿Será que sólo ahí podemos acceder a lo que sucede en otras dimensiones de nuestro Ser, y a otras capacidades más allá de ver, oír o sentir lo material? ¿Será que no somos capaces de ir más allá del conocimiento que explica lo que sucede sólo a través de inflexibles leyes? ¡Claro que no! Otro camino es posible. ¿Y sabes cuál es? Pues el de nuestra intuición. Es ésta la que nos permite vislumbrar aquello que se esconde tras esos límites. Nos permite maravillarnos al ver que todo puede resolverse instantáneamente cuando derribamos los muros de los procesos mentales que creíamos inmutables y encontramos esa solución que la mente no nos facilitaba. Todo aquello que nos sorprende en la vida, que nos parece extraordinario, es sólo una muestra de nuestro admirable potencial humano. Este potencial es el que nos permite tener rangos mayores de percepción, visión, escucha y muchas habilidades más. Aunque no sean tan comunes, esto no significa que sean exclusivas de unos cuantos elegidos. No, todos tenemos este potencial y esta capacidad, sólo debemos esperar el momento para desarrollarlo, aquel en el que estemos verdaderamente listos para mostrar todo nuestro potencial. Y, cuando llegue ese momento, veremos que eso que parecía extraordinario se mostrará como una manera natural de existencia y convivencia, en la que funcionemos primordialmente desde nuestro Ser y no desde la preponderancia del pensamiento lógico y limitante. La vida contiene maravillas que no todos conocemos o aceptamos y que, en parte, todavía no son explicadas en su totalidad por la ciencia. Sin embargo, podemos acceder a ellas gracias a nuestra naturaleza y experimentarlas para nuestra evolución. Y tú, ¿te animarás a descubrir esas maravillas escondidas en tu interior? Escrito por Leticia Medina Lazos Editado por Yesica Sol Cardoso Video producido por Maydelin Sandoval Jordan Música por Alejo Nobili

Aunque varios factores intervienen en la creación de la vida que deseamos, la mente juega un papel relevante. Sin duda, forma parte de nosotros, pero no es un ente autónomo y nunca está por encima de nosotros, a pesar de que a veces confundamos nuestros pensamientos con nuestro Ser y parezca que no tenemos posibilidades. Es importante tener presente que la función natural de la mente es generar ideas y estructurar pensamientos de todo tipo y que en realidad, está a nuestro servicio y para nuestro beneficio. Sin embargo, el desconocimiento o el olvido de esto es lo que nos lleva a vivir sometidos a pensamientos descontrolados, incongruentes y dispersos, pues no la dirigimos de manera consciente hacia algún objetivo específico. Si la mente no es dirigida por cada quien, lo hará irremediable y permanentemente en la dirección a la que esté acostumbrada y nos presentará escenarios limitados e historias dramáticas, como una temible enemiga. Si, por el contrario, la gobernamos y la enfocamos en generar y mantener pensamientos alineados y congruentes con algún fin mayor o constructivo, nuestra historia será diferente y la mente, nuestra fiel amiga. Mantener el enfoque de nuestra mente no es una tarea fácil, pues podemos experimentar situaciones que nos saquen de balance por algún motivo y perdamos nuestro centro. Podemos tener vivencias que nos reten en lo más profundo y hagan que nos resulte muy complicado recuperar el equilibrio al entrar en pensamientos repetitivos como el recorrido de un hámster que corre en una jaula circular, sin llegar a vislumbrar ninguna solución. En este punto, lo más seguro es que nuestras emociones se encuentren desbordadas, y lo más recomendable sería detener nuestro pensamiento para dar entrada a la claridad mental. No hacerlo sería como agitar agua con un poco de tierra contenidas en un vaso y querer distinguir o separar el agua de la tierra para conseguir claridad en el agua. Entre más agitemos el agua, menos claridad conseguimos. Calmar los pensamientos sobre el “conflicto”, plantearse algunas salidas y explorar posibles soluciones, abre la puerta a la voz certera e inmediata de nuestra intuición. Si entendemos que lo que vivimos es el resultado de creencias y pensamientos previos sostenidos por algún tiempo; si advertimos que nuestra forma de pensar condiciona y, a veces, incluso determina nuestras experiencias, entonces podemos concluir que la posibilidad del cambio está ahí, en el origen del conflicto: los pensamientos con efectos negativos. Está en la maravillosa plasticidad del cerebro que siempre nos da la oportunidad de reemplazar la estructura mental que nos dañaba —nuestra enemiga— por una congruente con nuestros deseos y visión —nuestra amiga—. Cada uno puede aprovechar el enorme potencial de la mente, al convertirla en cómplice mientras construimos la realidad que deseamos. ¿Te atreves? Escrito por Leticia Medina Lazos Editado por Yesica Sol Cardoso Video producido por Maydelin Sandoval Jordan Música por Alejo Nobili

Cuando miramos con el ojo y escuchamos con la oreja cualquier escena de la vida cotidiana, cuidamos de todos los detalles, nada o casi nada se nos escapa. Sin embargo, cuando se trata de COEXISTIR con alguien, lo hacemos de manera automática, asumiendo que el afecto que nos relaciona con ese alguien nos garantiza la armonía; no cuidamos cada detalle, simplemente nos dejamos llevar por la corriente y, en este acto, podemos arribar a situaciones que escapan de nuestro control. Esto sucede porque la realidad que se configura allá afuera se estrella contra la que hemos configurado en nosotros a través de anhelos, deseos o proyecciones. En lugar de manifestar la realidad que deseamos, dejamos que ésta se imponga sobre nosotros. Pero, ¿qué pasaría si viéramos el mundo como lo ven los dioses, aquellos responsables de crear y dar forma al mundo? Definitivamente seríamos capaces de ver que existen dos caminos posibles a tomar en esta relación con el otro y con el mundo: el primer camino, aquel en el que vemos a la realidad como algo externo que se nos presenta, nos llevará a la separación, a ese choque violento entre lo que esperábamos que sea y lo que es. El segundo camino, en cambio, nos llevará a la integración, a esa armonía entre nosotros y la realidad porque no esperamos que ésta se forme allá afuera, sino que somos nosotros quienes la gestamos en nuestro interior. ¿Y cómo podemos alcanzar esta mirada divina? Pues haciendo ajustes estructurales en nuestra forma de existir. Asumiendo nuestro rol de creadores de nuestra propia realidad, tomando ese segundo camino que nos llevará a la realización plena. Escrito por Rosa Del Solar Editado por Yesica Sol Cardoso Video producido por Maydelin Sandoval Jordan Música por Alejo Nobili

Aunque muchos crean lo contrario, son muy pocas las veces en las que las personas tomamos nuestras propias decisiones. Usualmente, lo que hacemos es seguir un mandato social, o un camino ya trazado, porque nos sentimos cómodos y seguros en un entorno conocido. Para que una persona pueda decir que “está tomando una decisión”, debe ser consciente del lugar desde donde está ejecutando este acto. Es decir, debe tener la capacidad de identificar que esa decisión nace de una reflexión de su mente consciente, y no de la mente automática. Y, aún más, debe ser capaz de saber qué consecuencias tendrá la decisión tomada y de asumirlas. Esto es lo que diferencia a quienes realmente toman una decisión de quienes, aunque creen hacerlo, siguen un mandato externo. Los primeros son constructores de su propia vida, y su ser se manifiesta en cada acto. Los segundos, sólo actúan por reflejo, sin que su ser y esencia estén verdaderamente presentes, lo que los lleva a repetir las mismas experiencias una y otra vez. Atreverse a ir más allá de los propios límites, supone descubrir esta agencia que tenemos para salir de dinámicas repetitivas que nada nos aportan, para dejar de caminar en círculos y encontrar esa salida a nuestra libertad. También, requiere que dejemos atrás la inseguridad y nos animemos a salir del laberinto en el que estamos atrapados: que nos demos la oportunidad de ser quienes somos, quienes queremos ser. Escrito por Rosa Del Solar Editado por Yesica Sol Cardoso Video producido por Maydelin Sandoval Jordan Música por Alejo Nobili

Existe una actividad propia del ser humano que tiene algunas características muy bien definidas y que, como muy pocas cosas, nos afecta a todos por igual. Entre estas características se puede destacar aquella que tiene que ver con la intuición, con una corazonada que nos dice qué nos hace sentir y en la que confiamos ciegamente. Otra característica es su capacidad de convencernos del poder que tiene para resolver todo, e incluso, de su posibilidad de abrir la puerta de la felicidad, entre otras cosas más. ¿De qué estamos hablando? Pues de un mito: un mito llamado «Amor». Abordar o pretender definir este mito no es una tarea sencilla, ya que para tratar de comprenderlo a cabalidad, debemos establecer previamente ciertos referentes que nos sirvan de guía. Si no elegimos los referentes adecuados, nuestra compresión del «amor» puede conducirnos por caminos peligrosos, e incluso nocivos. Por ejemplo, si intelectualizamos este concepto y tratamos de definir su género o esencia, seguramente diremos que el amor es un «sentimiento»; y nada más alejado de la verdad. En cambio, si en lugar de aislarlo en tanto concepto, lo abordamos y entendemos como una especie de construcción personal y social, veremos claramente por qué decimos que el amor no es un sentimiento. Lo que entendemos por «amor» debe nacer de la integración de las fuerzas que habitan en cada uno de nosotros. No es posible que encontremos el amor si lo vemos como algo externo a nosotros, algo que, por convención o costumbre, nos resulta atractivo. Lo que debemos hacer es encontrar qué nos motiva a poner nuestro ser al servicio de algo o alguien, qué nos hace sentir una sensación de cercanía con eso. Porque, si nos detenemos a reflexionar, veremos que siempre nos es más fácil amar aquello que conocemos, aquello que se nos parece, aquello con lo que convivimos. Entonces, si no es un sentimiento, ¿cómo definiríamos al amor? Pues podemos definirlo como un «estado» complejo que involucra una diversidad de emociones, comportamiento, actitudes, entre otros aspectos. Pero, por sobre todo, supone un estado de armonía que nos permite ver una realidad exterior benévola y beneficiosa, no porque ésta sea atractiva en sí misma, sino porque nuestra actitud frente a ella hace que así sea: el amor, lejos de ser un sentimiento temporal, se convierte en parte de nuestra identidad integral. Así, si vivimos en ese estado, todo a nuestro alrededor parecerá confabular con nuestra felicidad, porque el amor nació primero en nosotros para luego proyectarse al mundo en el que convivimos. Escrito por Rosa Del Solar Editado por Yesica Sol Cardoso Video producido por Maydelin Sandoval Jordan Música por Alejo Nobili

Es sorprendente lo contradictorios que podemos ser los humanos. Cuando queremos tener algo que nos gusta mucho (una joya, por ejemplo) o algo con lo que queremos «darnos un gusto» porque lo «valemos», buscamos que sea de la mejor calidad; es decir, que cumpla con las características que le otorgan mayor valor; al fin y al cabo, «lo merecemos». Ponemos todo nuestro gusto y nuestro empeño; hacemos «todo lo que sea necesario» hasta sentir que por fin lo hemos encontrado, y experimentamos satisfacción y gozo por conseguirlo. Una vez que poseemos lo deseado, toca cuidarlo. ¿Cómo no mantenerlo en las mejores condiciones dada su calidad y su valor? Lo usamos en las más importantes y especiales ocasiones, y lo poseemos con orgullo. Ahora, revisemos por un instante qué es lo más valioso que tenemos además de estar vivos. Creo que, en primer lugar, pensaremos en nuestros seres queridos, en esas personas especiales que hacen nuestra vida mejor. Quizá, en un segundo lugar, los recuerdos y experiencias que hemos acumulado a lo largo de nuestra vida. Y habrá quienes digan que son sus bienes materiales. Sin embargo, seguramente, muy pocos pensarán en algo que es aún más valioso que todo eso. Se trata de un regalo divino que contiene, como esencia, aquello que nos lleva a niveles de vida más elevados. Un regalo que nos permite construir aquellos momentos, relaciones o situaciones que nos ennoblecen, y a través de las cuales contribuimos con los demás; aquel espacio interno donde habitan la nobleza, la amabilidad, la creatividad, la voluntad, la gracia, la inteligencia, la sabiduría… ¡y tantas otras cosas bellas! Sí, estoy hablando de nuestra esencia intransferible e inigualable. Aquella que nos hace únicos, que nos define. Sin embargo, ¿cuántas veces la olvidamos?, ¿y cuántas más dudamos de su existencia? Muchas veces, no valoramos el potencial de este regalo, y nos pasamos la vida deseando lo que está fuera de nosotros, anhelando ser como alguien cuyas características admiramos. Otras veces, lo negamos al ponernos máscaras para asemejarnos a lo que creemos es más «grandioso», actuamos como personajes «importantes» y, con esto, lo escondemos muy en el fondo de nuestro ser. En estas condiciones, ¿cómo cuidar, sentir satisfacción o estar agradecido por lo que desconocemos o despreciamos? ¿Acaso esta actitud no revela una separación o negación de nosotros mismos al buscar un ideal externo? ¿Acaso no deberíamos mirar hacia dentro de nuestra propia alma y descubrir ese regalo que anida en cada uno de nosotros? Si has llegado hasta este punto, te pido que te preguntes a ti mismo y que seas lo más honesto posible con tu respuesta: ¿crees que «haces todo lo necesario» por mostrar y compartir tus bienes espirituales, que son únicos en cada persona, hasta sentir gozo y satisfacción? Si tu respuesta es que no, que lejos de mostrar tu esencia, vives escondiéndola, te invito a realizar un cambio. Te invito a reflexionar y a ponderar que fuiste dotado de una esencia invaluable y distintiva que te otorga lo necesario para crear la vida que deseas. A que seas consciente de que esa esencia tuya vale más que todos los objetos y simulaciones innecesarias. Que el tesoro escondido que buscas allá afuera, está en ti. Que esa joya, tu autenticidad, es aquello que debes cuidar como el bien más preciado. ¿Te animas a ir en su búsqueda? Escrito por Leticia Medina Lazos Editado por Yesica Sol Cardoso Video producido por Maydelin Sandoval Jordan Música por Alejo Nobili

La celeridad es una característica de nuestra época. Queremos que todo llegue rápido, aborrecemos “perder el tiempo”. Esto último no sería totalmente negativo si nuestro objetivo es no perder la intención y el enfoque para conseguir un propósito. Sin embargo, esa premura puede representar un obstáculo si lo que pretendemos es tomar atajos sólo para llegar antes, sin notar que los resultados forzados pueden alejarnos de un buen término. En el camino de la mejora personal, muchas veces solemos lamentarnos por lo que hicimos o dejamos de hacer. “Si esto lo hubiera sabido hace unos años” es una de esas frases con las que expresamos nuestro remordimiento ante acciones pasadas. Muchas veces, además de afligirnos, nos culpabilizamos pensando que, de haber conocido cierta información con anterioridad, nos hubiéramos ahorrado dolores, sufrimientos, conflictos y tiempo; y que, en suma, estaríamos mejor. Pero, ¿cuánto de verdad hay en esto? En primer lugar, debemos reconocer que el proceso de cada persona tiene sus propios requerimientos y, en ese sentido, también tiene un tiempo. Por ello, a pesar de que busquemos apurarnos o actuemos con vehemencia, ese ciclo de tiempo no cambiará. Y esto se debe a que todo lo que se nos presenta en nuestro recorrido de superación tiene un valor y un sentido específicos. Si guardamos la calma, podremos notar que cada vivencia está relacionada con lo que requerimos superar. A veces, la desesperación o la desazón nos llevan a creer que lo que estamos viviendo es innecesario o injusto. Y nos vemos envueltos en una sucesión de acciones erradas, creencias limitantes, miedos, sentimientos de insuficiencia y otras condiciones negativas que genera nuestra mente descontrolada. Por el contrario, si asumimos una actitud de aceptación y nos damos el tiempo necesario para encontrar una salida constructiva, aprenderemos a obtener un beneficio de cada experiencia de vida, por más adversa que nos parezca. Si asumimos que cada “problema” o “dolor”, nos da la oportunidad de aprender algo nuevo de nosotros mismos, es decir, un bien mayor, veremos los beneficios de adoptar la mesura y la calma como una forma de vida. Adoptando esta actitud de aprendizaje ante cada “crisis personal”, seremos capaces de obtener valiosa información sobre nosotros mismos, información que luego asimilaremos y reinterpretaremos, y que nos será de utilidad en una nueva experiencia. Se trata, pues, de un círculo virtuoso en el que no cesamos de aprender de nosotros mismos y, gracias al cual, cada vez seremos capaces de tomar mejores decisiones. Si hacemos un símil con la forma en la que se compone un rompecabezas, podemos decir que cada experiencia es una pieza que, uniéndose a las otras a través de una asimilación consciente, irá construyendo una imagen hasta el punto de lograr la figura completa. Cada experiencia superada nos da una nueva y mejor perspectiva y, cuando tenemos el conjunto ya formado, una integración plena entre nuestro ser y la realidad. En lugar de vivir apremiados, sentiremos la paz de vivir esta calma consciente, la tranquilidad de reconciliarnos con nosotros mismos, con nuestros propios tiempos y procesos. No por madrugar llegaremos más temprano. Tampoco nos dormiremos en nuestros laureles. Si asumimos esta nueva perspectiva, siempre estaremos justo a tiempo. Escrito por Leticia Medina Lazos Editado por Yesica Sol Cardoso Video producido por Maydelin Sandoval Jordan Música por Alejo Nobili

Entregarse a la vida no es lo mismo que “existir”. Existir es sólo permanecer en un espacio y ocuparlo: simplemente estar.     ¿Cuántas veces y de qué diferentes formas nos metemos en una caja para protegernos de todo lo que percibimos nocivo en la vida? ¿Cuántas otras elegimos entrar a una caja que parece generadora de beneficios para nuestra existencia?  Ambas opciones, para bien o para mal, nos limitan, porque “existir” puede llevarnos a querer ser como todos los demás, a tener todo aquello a lo que la mayoría aspira, que brilla artificial y momentáneamente afuera, y nos seduce por el deslumbramiento que nos causa, sin darnos la posibilidad de cuestionar nada. En cambio, la entrega a la vida no. Ésta requiere reconocer que todos somos seres valiosos, aunque entre nosotros podamos distinguirnos por nuestras peculiaridades y, por tanto, cada camino que tomemos, cada elección, también lo será. Entregarse a la vida también supone ofrecer todo lo que somos con el anhelo de que al otro le sirva para notar y reconocer su valor, que le sea útil para manifestar esa grandeza que está ahí, esperando dar frutos de oro. Si hiciéramos esto, si nos entregáramos a la creación, veríamos cómo el universo nos respalda, nos reconoce y premia. Eso que llamamos “milagro” o “desgracia”, lo que algunos le adjudican a la buena o mala suerte que benefició sin motivo a alguien o perjudicó a otro, no es más que el universo manifestándose, respondiendo a nuestra entrega o a la falta de esta. No pensemos, pues, en que algunos son favorecidos y, otros, víctimas de las circunstancias. Pensemos, más bien, en qué es lo que estamos haciendo, cuánto nos estamos entregando y cuáles son las consecuencias de esto.    Entregarse a la vida es darse por completo con valentía, confianza, generosidad, decisión, —y también con nuestra vulnerabilidad—, porque ésa es nuestra grandeza humana tocando lo divino en nosotros. Vivir así es potente y nos enseña que lo que podemos crear está más allá de lo que reconocemos como posible.   Y tú, ¿te has entregado a la vida, a tu propia vida nutriendo la de los demás en alguna forma o sólo existes? Escrito por Leticia Medina Lazos Video producido por Maydelin Sandoval Jordan Editado por Yesica Sol Cardoso Música por Alejo Nobili